
“Creo que acabaremos enamorados de esta manera de jugar, aunque de momento es muy estresante”. Esa frase del estadounidense de origen armenio Levón Aronián refleja el sentir general de sus colegas, tratados como reyes para combatir el agotamiento. Más que habitaciones, el complejo hotelero está formado por casitas, entre bosques y cercanas a la playa, que incluyen sauna privada; y la comida es exquisita todos los días. Cada detalle se cuida con mimo por el mecenas-organizador, el millonario alemán Jan-Henric Buetner.
“Lo que hacemos aquí es un trabajo muy duro”, recalca Magnus Carlsen, el número uno del mundo, cuyo apoyo total a la idea de Buetner ha sido clave para atraer a la prensa y convertir este torneo en un hito para disparar el debate entre ajedrez clásico y 960. La diferencia básica es que hay 960 maneras de empezar la partida; por tanto, se debe pensar en profundidad desde el minuto uno, en lugar de realizar los primeros quince, veinte o más primeros movimientos de memoria, como ya es habitual -incluso entre aficionados- por la enorme influencia del entrenamiento con computadoras muy potentes.
Otro factor muy favorable, además de las condiciones de gran lujo, es que el torneo no cuenta para la lista mundial, lo que ayuda mucho a que el ambiente sea bastante menos tenso que en las competiciones normales. Eso se nota en la sonrisa que casi todos los jugadores muestran cuando llegan al pequeño edificio donde está el escenario, acompañados por entrenadores, amigos o parejas. En el caso de Carlsen, por su novia, quien de momento no quiere revelar su nombre; ambos llegan de la mano, en una escena más propia de películas románticas; viéndolos sin saber el contexto, nadie diría que al noruego le espera un reto durísimo en pocos minutos.
Adentro, la nota más surrealista es que el sorteo de la posición inicial de las partidas de la jornada lo realiza Miss Angola, Teresa Sara, como invitada especial. Pero en cuanto se conoce qué número ha salido del bombo (este martes fue el 636), las neuronas de los gladiadores mentales empiezan a trabajar intensamente. Disponen de unos minutos para pensar en la posición que van a enfrentar; y entonces se ve algo- que jamás ocurre en un torneo normal: algunos de los que juegan con blancas (Aronián y el campeón del mundo, Liren Ding) se sientan juntos ante un tablero para elaborar en equipo algunas ideas generales que les puedan ser útiles a todos; y, al otro lado de un tabique, tres de los que conducirán las negras (el uzbeko Nodirbek Abdusattórov, el estadounidense Fabiano Caruana y el alemán Vincent Keymer) hacen lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario